8 mayo 2012 (por Hollywood)
Cuando en febrero viajé a Penang (Malasia) y obtuve
el visado para Tailandia, me dije: “bueno, ahora me olvido de este problema por
los próximos tres meses”. ¡Cómo vuela el tiempo! Sin darme cuenta, ya estaba
comprando de nuevo el pack en Phuket Town para realizar el mismo incómodo trámite.
El vendedor de la agencia quería cobrarme
4000 bahts por todo lo que os narraré a continuación, cuando la vez anterior
pagué 3800. Espera un momento…, ¿tanto ha subido la vida en tres meses?... ¿o este tipo ha
tomado un curso intensivo a distancia con polític@s españoles/as?... “My friend, ¡que
soy backpacker!”, a lo que el buen hombre respondió “Ok, ok” y, a
diferencia de otr@s, actuó con honestidad. Por cierto, no intentéis esta excusa
por las tierras de Timolandia; os servirán de poco, entre otras cosas
porque estas marionetas de banqueros y empresarios saben latín, pero de inglés…
nothing of nothing.
En marcha en una furgoneta viajando toda la
noche con un grupo variado de acompañantes. Uno de ellos estaba empeñado en compartir
y mostrarnos los tragos que se había tomado horas antes. La segunda vez que
tuvimos que detenernos para que el chófer limpiara toda su “generosidad”, se
oye por ahí: “Quítate la camiseta, que te has vomitado encima”. Sin abrir los
ojos, se despoja de ella. Por la ventanilla, no problem.
No llevábamos
una hora de viaje, el cual se haría aun más largo con el nuevo “aroma” y la
imposibilidad de encontrar una postura cómoda para conciliar el sueño. Si a todo
eso añadimos que en cada parada, por muy corta que fuera, aun no se había
abierto la puerta y la mayoría ya iba con el cigarro en la boca, uffff!!... Me
falta el aire para relatar semejante pesadilla.
Menos mal que tras una hora de espera en la
frontera, con amanecer incluido, llegamos al Banana Hotel cerca de la zona de
Little India en Penang, donde nos aguardaba un desayuno buffet para quitarse el
sombrero.
Se llevan nuestros pasaportes y nos reparten
las llaves de las habitaciones. La mía estaba de lujo, con cafetera, nevera,
AC, pantalla plana, ducha, bañera y wifi. A pesar de haber muchas redes, la
conexión no iba muy bien. Normalmente el precio por noche es de 208 ringgit,
pero como os decía, todo esto iba incluido en el pack.
El interior del hotel |
Tiempo libre hasta la noche que nos reservaba
otra cena tipo buffet, y a la mañana siguiente, nuevo desayuno de campeonato, nos traen
los pasaportes y vuelta a Phuket. De camino nos llevaron a comer a otro
interesante restaurante.
Con tantas horas de viaje, cada uno se
entretenía como podía. A un compi, le daba por toser bien fuerte,
curiosamente, cada vez que abría una lata de cerveza, que no estaba permitido
tomar, por supuesto. Pero a este chaval, que rondaba los cincuenta, le gustaba
romper las normas.
Aunque sin duda, el más entrañable de todos, un joven que tenía
unas interminables conversaciones con su amig@ imaginari@. Eso sí, no molestaba
a nadie, ni siquiera a mí, que iba a su lado. Tan solo movía la boca sin emitir
sonido alguno y lo acompañaba de un variado repertorio de gestos como dar una
calada sin cigarro, practicar muay thai, cabalgar a caballo, o disparar por la
ventanilla usando su móvil como arma. Supongo que era su forma particular de
matar el tiempo.
Pero el momento cumbre llegó en la última
parada, cuando este artista se acercó al grupo y nos confesó: “¡Joder, cinco
valiums y ni uno me ha hecho efecto!”. Las carcajadas de todos se oyeron a
kilómetros, liberando cada uno sus propias tensiones acumuladas durante todo el
viaje.
Hasta aquí dieron de sí los 3800 bahts. 48
horas después y otros tantos paquetes de tabaco fumados involuntariamente, ya
estaba de nuevo en casa con visado por 60 días, con posibilidad de extenderlo
un mes más en la oficina de inmigración de Phuket Town por otros 1900 bahts.
-- Acción Poética Ramos Mejía --